Berlín,
conflictos existenciales en una ciudad bipolar

El empezar a vivir en otra cultura y tener que adaptarse a ella se considera generalmente un suceso “crítico” en la vida de cada persona, que al mismo tiempo puede ser tomado como punto de inflexión en su evolución personal. Es un periodo en el que nos replanteamos nuestra propia existencia, nuestra propia identidad, quiénes somos en relación a de dónde venimos y a dónde estamos o vamos. Lógicamente no todos los sitios donde uno pueda estar son iguales, no todos tendrán el mismo impacto y no todos los lugares le exigirán tanto a nuestro propio sentido del yo como lo hará Berlín.

La mayoría de los berliners de adopción estarán de acuerdo cuando se dice que Berlín es una ciudad bipolar, capaz de ofrecer y de sacar lo mejor y lo peor de cada uno. Una ciudad tan mágica como gris, tan excitante como depresiva, tan repleta de oportunidades como de barreras, tan diversa como desoladora, donde uno es completamente libre de ser nadie. Es la ciudad en la que los extremos se tocan. Es, sin duda alguna, una ciudad única que será vivida de manera diferente por cada uno de nosotros. No obstante, de manera más o menos general sí que existen ciertos conflictos existenciales que los migrantes podemos vivir o haber vivido en esta apasionante ciudad. En este artículo intentaré hacer un breve repaso de algunos de ellos.

¿Vale la pena?

Es, en principio, una cuestión de sopesar los costes y beneficios de vivir aquí, de ponerlo todo en una balanza y que pese más lo positivo.

En mi opinión, Berlín tiene la singularidad de que esa fase inicial de idealización, de “honeymoon” en la que todo lo nuevo y diferente nos apasiona, se mantiene mucho más tiempo de lo que podría hacerlo en otros lugares. Nos enorgullece decir que formamos parte de esta ciudad; una ciudad libre, abierta, socialmente comprometida y donde todos somos jóvenes sin importar la edad. Sin embargo, las dificultades no tardarán en inundarnos.

“El mudarse cada 3 meses es parte del encanto berlinés”, “el anmeldung son los padres”, “con Lieferando gano dinero y hago ejercicio”, “para trabajar de lo mío necesito el anerkennung”, “para el anerkennung necesito un mínimo de B2”, “serían dos años de cursos de alemán y curros de mierda”, “quizás con un minijob y el Job Center pueda sacármelo en un año…”, “el Job Center no me da la ayuda, ¿Qué es eso de pflichtversichert?”, “¡Tengo que hacer la declaración de la renta!”…

Cada persona es como un barril con su capacidad limitada para cuanto estrés pueda abarcar. Algunos barriles son mayores, otros menores; algunos ya están llenos, otros casi vacíos; pero sea como fuere, este tipo de dificultades van llenando nuestro barril de estrés, lo van llenando a veces hasta desbordar.

El clima, la familia y amigos, el idioma, la cultura y su gente, la perdida de estatus… también son algunos de los duelos por los que un migrante suele pasar. Sentimientos de frustración e ira, de incertidumbre y miedo, de tristeza, soledad y resignación; sentimientos que formarán parte, en mayor o menor grado, de estos duelos migratorios. Del mismo modo lo hará la aceptación, la reevaluación y la búsqueda de sentido ante estás dificultades, el aprendizaje adaptativo y la capacidad de reinventarnos. Pero, ¿vale la pena? ¿Vale la pena tanto sufrimiento para alcanzar nuestros objetivos?

Seguramente valga la pena si disfrutas el camino. Muchos nos fuimos con más sueños que planes, con más ganas que ideas, con la mente abierta y los ojos cerrados, y es por eso que nos caemos tan fácilmente como nos volvemos a levantar.  A pesar del esfuerzo, del sentimiento de injusticia, rechazo o sensación de menosprecio, hoy vale la pena si crees que de todo esto se puede sacar algo positivo, si aprendes a como ir vaciando tu barril o hacerlo más grande, si aprendes a ser resiliente, a controlar tu balanza, a volverte a levantar. Pero todo esto necesita práctica y la práctica necesita tiempo, tiempo y esfuerzo.

¿Valió la pena? La experiencia precede al sentido de la misma, por lo tanto, quien no lo intentó nunca lo sabrá.

Felicidad inducida, tristeza existencial

Sí, hablemos de drogas. Esta es una ciudad libertina casi por tradición y esto no quiere decir para nada que la mayoría de los que disfrutan la noche berlinesa se droguen, pero estaríamos negando o evitando la realidad si no reflexionáramos aquí sobre este tema y sobre lo que esto implica.

El precio real de la felicidad inducida es la tristeza existencial. Resacas en las cuales los niveles de serotonina decrecen como efecto opuesto al subidón del fin de semana, en busca de una homeostasis, un nivel intermedio que mantenga un control emocional suficiente para interpretar la realidad lo más adaptativamente posible.

El principal problema es que el efecto “positivo” de la sustancia cada vez será menor, ya que el cuerpo se acostumbrará a él, por lo que harán falta mayores cantidades para llegar al mismo nivel. Por otro lado, el efecto opuesto cada vez será más intenso y durará más (especialmente si las cantidades aumentan). Los síntomas de este efecto opuesto son parecidos a los que una persona con depresión y/o ansiedad pueda tener. Sin embargo, estos síntomas deberían desaparecer en cuanto los niveles de serotonina se reestableciesen.

La realidad es que no siempre es así, estas experiencias tan intensas pueden desarrollar y/o desencadenar problemas psicológicos más graves y estables. En muchas ocasiones, la necesidad de evitar estos estados emocionales desagradables más duraderos, será lo que afiance el consumo y lo mantenga, generando problemas de adicción.
Está claro que muchas variables entran aquí en juego, pero es un hecho que la mente necesita equilibrio y es muy difícil permanecer con los pies en la tierra para aquellos que cada semana van del cielo al infierno.

El precio de la libertad

En la revista Desbandada citaban la siguiente reflexión de un migrante peruano: “Berlín te deja llevar hasta donde quieran tus deseos… pero si luego vas y te arrepientes no te recoge en sus brazos como una madre. Te deja ahí tirado con tus diablos”.
La cultura berlinesa es sin duda alguna de corte individualista. Aquí se respeta mucho las libertades de cada persona y su independencia, lo cual es bastante atractivo, pero como todo, implica un lado oscuro: Eres el único responsable de lo que hagas y/o de lo que vayas a hacer.

En general, nadie te va a ayudar si no lo pides explícitamente. Además, se da por hecho que, si estás en situación de ayuda, sea del tipo que sea, debe ser el estado quien te la ofrezca. El problema es que la ayuda al estado no se pide, se solicita, y solicitar ayuda oficialmente mediante los mecanismos burocráticos correspondientes es para un migrante una gran fuente de estrés que puede llevar a una situación de indefensión, con todo lo que esto implica.

Volviendo a las metáforas. A mí, vivir en Berlín siempre me pareció como vivir en una nube. Estás en el cielo, volando cerca del sol, pero a su vez todo es gris, efímero y a veces confuso. Puedes mirar hacia abajo y observar un panorama increíble “the big picture”, pero si miras hacia el frente solo encontrarás niebla tan densa que será difícil ver más allá de tu propio ombligo.
Estamos rodeados de gente que no conocemos, quedar con alguna amistad implica un viaje de 40 minutos de media, puede que nuestro grupo cada vez se haga más pequeño porque la gente vuelve, y conocer a personas autóctonas resulta generalmente complicado.

Venimos de una cultura bastante más colectivista, especialmente si procedes de ciertos países latinoamericanos. Necesitamos el contacto de los otros, lo necesitábamos antes de emigrar y lo necesitamos especialmente ahora que somos migrantes.
El apoyo social es el recurso más importante que un expatriado pueda tener. Existen asociaciones como la Oficina Precaria o La Red donde se nos puede ayudar con cuestiones burocráticas, existen páginas en Facebook como Españoles en Berlín donde la gente se apoya mutuamente (cuando no se están insultando) y donde echar unas risas de vez en cuando, existen profesionales como un servidor si necesitas apoyo psicológico, pero sobretodo, existe gente como nosotros por todos lados que necesitan tener amigos con los que tomarse una cerveza, reír y dejar de lado por un rato sus preocupaciones, o hablar de ellas, o pedirnos ayuda para la siguiente mudanza.

En una gran ciudad de corte tan individualista es mucho más complicado establecer y mantener contacto social, pero personalmente pienso que VALE LA PENA el esfuerzo.

¿Quién soy?

No tengo ni idea, pero si vives aquí, Berlín forma parte ti.

D. Guerra – Psicólogo Migrante