Coronavirus.
Una perspectiva psicosocial
Estamos viviendo uno de esos episodios históricos que marcará, en mayor o menor medida, el curso de nuestras vidas. Nos enfrentamos hoy a un “enemigo” externo, extraño. Es la humanidad contra el virus.
La humanidad, nosotros, más allá de toda nacionalidad, genero, religión y/o ideología; contra un enemigo común que en su lucha nos puede tanto unir como dividir.
Este enemigo es externo, sí, pero depende de nosotros para su éxito. Depende de nuestra forma de comportarnos, lo cual, a su vez, solo puede entenderse dentro de nuestra sociedad actual. Hay aquí muchos niveles y enfoques desde los que analizar la situación, yo me voy a centrar en un enfoque psicosocial y personal.
¿Guerra o lucha?
El “frame” de la guerra ya se promulga por los medios de comunicación. Conjuro que se invoca siempre que se pretende restringir libertades. El uso de esta metáfora es probablemente apropiado para el caso, ya que las restricciones son necesarias, pero personalmente no me agrada, prefiero el de la lucha sin más.
Luchar contra este enemigo es luchar contra nuestro propio comportamiento social y luchar contra uno mismo implica responsabilizarse de lo que uno hace o deja de hacer en su entorno. Responsabilidad social que va del uno hacia los demás y que suele derivar en actitudes y acciones solidarias.
La idea de la guerra implica también lucha, pero esa lucha es externa. Además de poner mayor énfasis en la obediencia, es una narrativa que suele llevarnos a buscar villanos a los que culpar. Siendo éste un enemigo invisible, buscamos villanos reconocibles que de cierta manera nos eximan de mayor responsabilidad social que la de obedecer.
Justicieros de balcón, cada día son más.
Que no se me mal entienda, no digo que no tengamos que obedecer las reglas, digo que la actitud con la que lo hagamos marcará el rumbo que tomemos como sociedad, especialmente ante la crisis que se extenderá y ante el gran desafío del cambio climático.
Libertad y solidaridad
Escribo, por supuesto, desde mi perspectiva personal y desde la actitud que decido tomar.
En relación a la restricción de libertades he de decir que para mí la libertad realmente reside en poder elegir mis propias cadenas. Incluso cuando estas me vienen impuestas, puedo elegir si aceptarlas como propias o no.
Me sentiré libre siempre que estas cadenas suenen a empatía y solidaridad. Las aceptaré como mías y aceptaré, de igual modo, las decisiones externas de personas más inteligentes y preparadas que yo, siempre que entienda que sus intereses son los míos, los intereses de un nosotros no excluyente.
Si es así, que rujan las cadenas, que rujan de Berlín a Madrid, de Wuhan a Lesbos, de Manila a Santiago. Si es así, a pesar de toda esta tragedia, el mundo puede salir reforzado para afrontar los cambios que nos toca tomar.
La lucha por los recursos
Las situaciones en las que existe una “lucha por recursos” tienden a despertar nuestro instinto de protección. Quizás en este caso no sea tanto el “primero yo”, pero desde luego, sí el “primeros los míos” y mientras mayor sea el peligro percibido, más excluyentes seremos con quien pertenece a estos “míos”.
Algunos hacen de ese instinto un valor y lo llevan como bandera; otros, sin defenderlo, podemos ser igual de vulnerables ante él dependiendo de las circunstancias.
Cuando la lucha por los recursos se intensifica, el miedo al otro aumenta. Ante un enemigo invisible, buscar culpas y culpables adicionales es una estrategia de afrontamiento que, además de disminuir nuestra responsabilidad social más allá de lo que dictan las normas, nos ayuda también a afrontar la incerteza y la inseguridad. Los recelos, la envidia, el “sí, pero tú más…”. Miedo, dolor, frustración, furia; estado de odio que reprime nuestra capacidad de empatizar, que remplaza el sentimiento de solidaridad por el de constante injusticia.
Estás son cadenas que no pienso aceptar como mías y es que el miedo puede llegar a ser un buen consejero, pero es siempre un nefasto director.
Se ha acabado el papel higiénico.
Concluyendo
Nos encontramos en un túnel mal iluminado, pero por ese mismo motivo la luz al final se percibe más intensa. Nuestras prioridades están cambiando, lo verdaderamente importante vuelve a ganar importancia. Salir con tus amigos, ver a tu familia, abrazar a tus abuelos…
Ojalá pueda abrazar a mi abuelo.
El ritmo de nuestras vidas se ha ralentizado muchísimo y, como al montar en bici, mantener el equilibrio se nos dificulta. Deberemos aprender a vivir a otra velocidad, a responsabilizarnos en vez de dejarnos llevar, a luchar también contra nosotros mismos para poder crear una sociedad más solidaria, más fuerte. Lo superficial pierde importancia, los motivos se aclaran y los valores se reordenan: vida, salud, alegría compartida, luz natural.
Que a esta tragedia le demos un sentido, que el sufrimiento nos sirva para algo y que ojalá, lo que aprendamos, no lo volvamos a olvidar.
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Fotografía de portada de Jenny Yang en Unsplash