¿Dónde reside el atractivo psicológico de la ultraderecha?

Acabamos de entrar en los años 20 y vemos como durante la última década han resurgido y ganado poder partidos de ideología de ultraderecha que a muchos nos ha hecho recordar aquello de que quienes olvidan su historia están condenados a repetirla. Los periodos de cambio y crisis implican el caldo de cultivo perfecto para que estos movimientos proliferen. Pero, ¿por qué realmente es así? ¿En qué procesos psicológicos se basa su éxito? ¿Para qué tipo personas o en qué tipo de estado deben encontrarse estas personas para que su mensaje resulte atractivo?

Desde mi visión como psicólogo español en Berlín haré un breve resumen de las principales variables y componentes psicosociales que entran en juego para poder responder estas cuestiones.

Nosotros – Ellos. La identidad social

Intenta recordar qué dijiste la última vez que tuviste que hablar sobre ti mismo. Probablemente te describiste, entre otras cosas, a través de un conjunto de etiquetas en relación a tus grupos de pertenencia (nacionalidad, profesión, margen de edad, rol familiar, equipo de futbol…), estos “in-groups” juegan un papel central en nuestra propia identidad, en cómo nos percibimos, en cómo queremos que nos perciban y en cómo percibimos al resto del mundo. Sin estos grupos de referencia los cimientos de nuestra identidad podrían resquebrajarse, pero, sin duda alguna, para algunos más que para otros.

La necesidad de pertenencia, de cohesión y de mantener una imagen positiva de nosotros y de los nuestros son necesidades básicas para los seres humanos, pero, hasta qué punto somos dependientes de satisfacer estas necesidades y hasta qué punto estamos dispuestos a llegar, para ello, dependerá de cada individuo en su contexto.

Las personas con identidad más rígida y dependiente del grupo con el que se identifican tienden a sentirse especialmente atraídas por las ideologías ultra. Estas suelen ser personas con poca tolerancia a la ambigüedad e incerteza. La necesidad de saber exactamente dónde está su lugar en el mundo puede llevarlas a abrazar la idea de que, básicamente, son el grupo al que pertenecen y de que su lugar puede únicamente estar junto a los miembros de éste. Sin su in-grupo estarían perdidas. Por ello, mientras más fácil les sea identificar a las personas de su mismo grupo mucho mejor, ya que con ellas tienen su sitio, con ellas están seguras, con ellas pueden ser “ellas”. Los signos distintivos como símbolos, vestimenta, habla e incluso características físicas o dogma ganan importancia dentro del grupo y pueden servir tanto para moldear a sus miembros acorde al prototipo de cómo tienen que ser, como de barreras para aquellos que no cumplen con este perfil.

Por otra parte, existe la tendencia humana a mantener una buena autoestima en relación a nuestra identidad social que, además, será promovida por nuestra sociedad. Decir “yo soy el mejor” está mal visto en nuestra cultura, pero decir “somos los mejores” no solo no está mal visto, sino que muchas veces se espera que lo defendamos.

Para mantener una distinción positiva de nuestro grupo, generalmente nos comparamos con otros y, en esta comparación, de una manera o de otra tenemos que salir ganando o, al menos, no perdiendo.
Una persona con una identidad individual más dependiente de la grupal, es decir, con una idea de su “yo” que solo cobra sentido dentro de su “nosotros”, mostrará mayor necesidad de mantener una imagen positiva de su grupo para mantener la autoestima alta; por ello, tenderá también a devaluar a los otros grupos con los que se compare, especialmente si se siente atacado (como veremos en el siguiente punto).

Un ejemplo utilizando prejuicios sería el madrileño que dice que el andaluz es flojo y el andaluz que dice que el madrileño no sabe cómo disfrutar la vida, o el berlinés que dice que el madrileño es flojo y el madrileño dice que el berlinés no sabe cómo disfrutar la vida, o el bávaro que dice que el berlinés es flojo y el berlinés que el bávaro no sabe cómo disfrutar la vida… es un ejemplo tonto, pero os podéis ir haciendo una idea de cómo funciona.

Estado de alerta

La percepción de amenaza potencia nuestro instinto de supervivencia, instinto primigenio que nos lleva a evitar o a luchar contra aquello que consideramos un peligro. Cuando este instinto animal toma las riendas de nuestra mente, nuestro raciocinio pasa a un segundo plano y se encarga básicamente de justificar que nuestros miedos no sean irracionales. La tendencia a desconfiar de aquellos miembros pertenecientes a grupos ajenos o “out-groups” pudo resultar muy adaptativa hace miles de años, cuando encontrarse con alguien de otra tribu realmente podía implicar un peligro, pero en la era de la globalización dejarse llevar por ese temor no solo resulta ilógico, sino inmoral.

A pesar de que el desconfiar de aquellos que calificamos como diferentes, como estrategia de supervivencia, debería haber quedado obsoleta, el instinto primigenio sigue existiendo y mientras mayor sea la amenaza percibida más fuerte será. Por ello, especialmente cuando estamos en estado de alerta, existe la tendencia en nuestra mente a prestar atención y a dar por buena toda aquella información que confirme nuestros temores. Por ejemplo: si pienso que los musulmanes son peligrosos y me mandan un vídeo de un hombre golpeando a doctoras y/o enfermeras en el que se dice que esta persona es un “moro” en un ambulatorio español, no solo voy a creérmelo de muy buena gana, sino que automáticamente voy a reenviar este video, entre otras cosas, para demostrar que mi miedo no es irracional.

No existe mayor arma de manipulación que el miedo y mientras más fácil sea de reconocer la fuente de éste, más conforme estará nuestra mente con ello. Existen personas que debido a su personalidad, entre otras variables, se encuentran continuamente en estado de alerta en relación a los “otros” (como veremos en el siguiente punto), pero también ha quedado demostrado que personas que en general no muestran prejuicios ni respuestas discriminatorias hacia otros grupos, lo harán cuando se perciban en peligro, es el “we first” cuando el riesgo es percibido como real. Desde este supuesto, la diferencia entre unos y otros estaría en la facilidad para sentirse amenazados, más que en la respuesta que se da ante estas amenazas.

Cuando se da un contexto de “lucha por recursos” entre grupos, ya sea esta real o simplemente percibida, la sensación de amenaza se maximizará, así como las respuestas discriminatorias hacia los miembros de estos out-groups competidores (si los inmigrantes no vienen a quitarnos el trabajo, vienen a vivir de ayudas). Es por ello que los partidos de ultraderecha se esmeran tanto en crear sentimientos de amenazas hacia supuestos enemigos que solo ellos se atreven a señalar. Es el comer miedo y vomitar odio, odio que une, odio que hace fuerte.

Una cuestión de personalidad

En relación a lo anteriormente dicho, existen ciertas personas que tienden a sentirse bajo continua amenaza en relación a esos “otros”. Podemos hablar principalmente sobre dos características de personalidad que cuando aparecen de forma marcada en un individuo, influyen fuertemente en su percepción de peligro en relación a sus out-groups.

La primera es el continuo de dominancia social. Una persona con fuerte orientación hacia la dominancia social percibe todo grupo ajeno como un competidor directo. En esta competición, si un grupo gana, el otro automáticamente pierde. Por lo tanto, existe una sensación de amenaza y una actitud defensiva continua respecto a estos potenciales competidores. Un ejemplo de esto sería: la persona que se posiciona en contra del derecho internacional de asilo a refugiados porque piensa que el dinero que implica acogerlos podría ser utilizado en mejores servicios sociales para ellos.

El segundo rasgo es el de autoritarismo. Las personas con altas puntuaciones en este rasgo muestran un respeto exagerado hacia los superiores, pero a su vez desdén y menosprecio hacia los que ostentan una jerarquía inferior. A estas personas les cuesta mucho lidiar con la ambigüedad y tienden a pensar en términos absolutistas: verdad o mentira, blanco o negro, nosotros o ellos, amigo o enemigo. Les gustan adherirse a las reglas porque producen conclusiones claras, rápidas y concisas.
Desde una perspectiva psicodinámica, los prejuicios que muestran puede ser proyecciones de impulsos inaceptables en relación a su grupo (como miedo, culpa o furia) hacia “out-groups”, por lo general, en jerarquía inferiores; lo que comúnmente conocemos como “chivo expiatorio”. Un ejemplo en este caso sería: la persona que también se posiciona en contra del derecho de asilo, pero porque piensa que los refugiados son un peligro para las mujeres.

Resumiendo y concretando, mientras las personas con altos niveles en dominancia social ven la competición como la regla de juego del mundo en el que viven, las personas con altos niveles en autoritarismo ven el mundo en términos de “o comes o te comen”, con el derecho a que las figuras con mayor autoridad creen las reglas de este juego.

 

El poder de los prejuicios

Un prejuicio es una idea representativa y, de alguna manera peyorativa, que se tiene sobre los miembros de un colectivo. Esta idea es estática (no cambia), se establece en términos absolutos (ni hay grados ni depende de nada) y vale para cualquier miembro del colectivo por el simple hecho de serlo (todos son iguales). Por ejemplo: Los gitanos son unos delincuentes. Lo son todos, siempre, en todos sitios y respecto a cualquier cosa.
No hace falta ser un genio para saber que la verdad no puede ser tan sencilla, entonces ¿por qué los prejuicios son tan poderosos? ¿Por qué existen en todas las culturas? ¿Por qué aun sabiendo que no son reales, en cierta manera, nos los seguimos creyendo?

Bueno, aparte de aumentar nuestra autoestima manteniendo esa distinción positiva de nuestro in-group devaluando al resto, pensar estereotipadamente es muy cómodo. ¿Para qué realizar el esfuerzo de revaluar la realidad por nosotros mismos si podemos simplemente dar por bueno lo que me dicen y ahorrarme el esfuerzo? Esto se da especialmente si el estereotipo confirma lo que nosotros ya pensábamos o sentíamos de antemano. Además, si estos estereotipos son negativos y los podemos definir como prejuicios, tenderemos a evitar el contacto con los miembros de estos grupos, (mejor prevenir que curar) o defenderemos su validez si justifican nuestros privilegios (dominancia social).

Pero si no son ciertos, ¿por qué no son automáticamente refutados? ¿Por qué se mantienen y se propagan con tantísima facilidad? Pues porque tampoco son falsos para quien se los cree y/o se los quiere creer, todo depende de cómo percibamos la realidad. Nuestra predisposición o actitud respecto a un tema o grupo será lo que determine como interpretemos los hechos.
Igual que con los miedos, existe la tendencia de nuestra mente a focalizarse y a dar por buena toda aquella información que confirme nuestras creencias, así como a minimizar o a ignorar aquella información que las ponga en duda.

El mundo es increíblemente complicado y nuestra mente no está dispuesta a lidiar con el hecho de que cada persona es diferente. Hay que obligarla a hacer el esfuerzo, tenemos que obligarnos a hacer el esfuerzo, el esfuerzo de no generalizar, de no presuponer, de relativizar y sobretodo de empatizar. El entrenamiento en anti-bias se hace esencial.

En conclusión

El objetivo de este artículo es el de informar superficialmente sobre elementos que influyen en una mayor tendencia a que ciertas personas se sientan identificadas con los mensajes típicos de la extrema derecha. Existen teorías psicológicas validadas sobre cómo combatir la intolerancia, los prejuicios y la discriminación, pero para ello escribiremos otro artículo en un futuro.

El mensaje que queremos hacer llegar con este artículo es que el sentirse atraído por este tipo de ideología no es una cuestión de blanco o negro, de ser un ultra o no, racista o no racista, intolerante o tolerante. Por muy atractiva que sea la idea de demonizar a quienes defienden estos principios, con ello solo lograremos reafirmarlos en sus creencias (nosotros vs ellos). La realidad es, como siempre, cuestión de grises y no hay que olvidar que todos tendemos a interpretar nuestro mundo de manera sesgada y a actuar acorde a estos sesgos.
Defender la tolerancia, la diversidad, la dignidad de todas y de todos, implica mirar con perspectiva pero, sobre todo y a pesar de todo, implica empatizar. Debemos recordar que estos valores no son objetivos ya que nunca pueden ser completamente alcanzados, sino que son direcciones de vida que tendremos que tener en cuenta a cada paso que demos, y esto requerirá de un esfuerzo constante, especialmente en situaciones de peligro percibido en las que nuestro instinto de conservación se hace fuerte.

Ser conscientes de cómo funciona la mente en relación a estos temas, tanto en nosotros mismos como en los otros, nos facilita el poder decidir en vez de reaccionar, decidir si vamos a vivir acorde a nuestros miedos o acorde a nuestros principios.

 

D.Guerra

 

Referencias bibliográficas:

  • Jones, J. M., Dovidio, J. F. & Vietze, D. L. (2014). The Psychology of Diversity: Beyond Predujice and Racism.
  • Pelechano, V. (2000). Dimensiones socioactitudinales de la personalidad: autoritarismo, derivados y propuesta. Psicología Sistemática de la Personalidad (pp. 241-288).
  • León Rubio, J. M., Barriga Jiménez, S. y Gómez Delgado, T. (1998). Estereotipos prejuicios y discriminación. Psicología Social: Orientaciones Teóricas y Ejercicios Prácticos (pp. 133-142).
  • Loscertales Abril, F. (1998). Construcción social de la identidad personal. Psicología Social: Orientaciones Teóricas y Ejercicios Prácticos (pp. 143-160).

Fotografía de portada de Nijwam Swargiary en Unsplash